Después de almorzar, las mujeres decidimos salir a caminar por el campo, mientras el Abuelo, el Papá y el Hermano se iban a andar a caballo. Hace tiempo que siento un gran deseo de ir a los Lugares Mágicos pero, como siempre, ir al monte sola me da un poco de miedo, por los otros Seres Humanos invasores que se pueden encontrar por ahí.
La Mamá, la Tía Melliza y la Madrina decidieron acompañarme a los Lugares Mágicos, y llevamos a la Bebé, de siete meses. La Mamá empezó el camino empujando el carrito de la Bebé cuesta arriba, pero no es fácil empujar un carrito subiendo hacia la sierra por el campo; además, había llovido hacía poco y todo estaba muy embarrado.
Al final, ya llegando a los viejos Coronillas, las tías convencieron a la Mamá de dejar el carrito, que quedó estacionado junto a una mata de chirca, y la Madrina tomó a la Bebé en brazos. Como si fuera un ritual ¿de iniciación? el camino fue difícil. Había mucho barro, pasamos por varias vertientes que afloraron por lo mucho que llovió en estos días. Al pasar por ellas teníamos que elegir donde pisar tratando de buscar el camino firme que nos permitiera pasar. Al principio, la Bebé dormía en brazos de la Madrina, después se despertó y miraba todo con curiosidad y en silencio.
Un rato después llegamos al último alambrado que nos separaba del tramo final. Del otro lado, un gran barrial, parecía imposible pasar. Pero los árboles nos rodeaban, el camino estaba bien marcado como invitándonos a seguir, y ya se sentía el rumor del agua corriendo con fuerza en la cañada. Decidimos seguir. La Madrina deseaba a toda costa llegar al agua, y a mí, como siempre, me llamaban con fuerza los Lugares Mágicos.
Tras pasar el último barrial (¿última prueba?) el camino que faltaba siguió firme y vimos a la derecha la entrada al Altar. Entramos, y les expliqué que ese lugar era un vórtice de energía, que se sentían cosas especiales al sentarse a meditar alli. Nos sentamos sobre las piedras, conversamos sobre que esos eran el lugar y la situación ideales para llevar a cabo algún rito de iniciación femenina (si supiéramos hacerlo). Rodeando a la Bebé estaba toda la fuerza de las mujeres de su familia. Estaba la Mamá, estaba el poder del 3 representado por las Mellizas (una de las cuales es al mismo tiempo su madre) y la Madrina, representando también ellas tres el mandato familiar que le llega a la Bebé desde su abuela materna, y estaba yo, su Abuela paterna. Nos sacamos una foto de esa forma, todas rodeando a la Bebé.
Hablamos tambíén de los mensajes del bosque, de lo que puede representar la presencia de animales silvestres (a la Madrina, que viaja en estos días, le llamó la atención un lindo ratoncito de campo de color miel que se escurría, ¿qué significará eso?), mientras un par de cuervos se acercó a sobrevolarnos ("¡Estos deben estar esperando que nos caigamos!", dijo la Mamá, que es muy racional y terrestre).
De golpe, se oyó a lo lejos un disparo, haciendo eco entre los cerros y rompiéndonos el clima. ¡Qué desasosiego, aunque alguna de ellas comentó que estaba lejos! Decidimos salir del Altar y, ¿nos volvemos? ¿seguimos hasta el agua?. Finalmente decidimos seguir hasta la cañada y la Entrada de la Quebrada que vigilan un Tembetarí y un Tarumán.
Llegamos, pedimos permiso a los guardianes para entrar, y como siempre al principio, se vieron rastros humanos: una botella de plástico entre los troncos podridos en la cañada, una parrilla colgada de un árbol y restos de un fogón. Más adelante, los olores, sonidos y árboles de la Quebrada, y el agua corriendo con fuerza porque había llovido hacía poco y venía bajando desde los cerros. Fuimos con la Madrina hasta la ribera para beber esa agua fresquísima y energizada que viene desde arriba. Cuando estábamos volviendo hacia donde estaban la Mamá y la Tía Melliza, oímos voces conversando, y vimos bajar por la quebrada ¡dos cazadores con escopetas!.
Ahora sí que el clima de armonía se estropeó del todo. La Mamá se asustó muchísimo, pero se tranquilizó cuando vio que yo saludaba a los cazadores: eran dos muchachos del lugar, también mellizos, a los que conozco desde pequeños, pues su padre trabajó para el Abuelo como alambrador muchas veces.
Emprendimos la vuelta. A la salida de entre los árboles, estaban el Papá y el Hermano, que habían venido a buscar a la Bebé para llevársela en camioneta porque el camino estaba muy feo. La Mamá, las tías y yo volvimos a pie, disfrutando la fácil caminata de vuelta, siempre cuesta abajo.
Hoy me desperté sintiendo que habíamos perdido la oportunidad de realizar algún ritual mágico de protección femenina para la Bebé Lila, en ese momento en que nos rodeaban todos los elementos necesarios. Pero no supe cómo hacerlo. Por otro lado, como en los cuentos, los cazadores fueron los malos, y el Papá y el Hermano mayor los gentiles caballeros que vinieron al rescate.
Hermoso relato ❤️
ResponderEliminar